“Escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”
Frank Zappa
Dime si no te ha pasado: De repente, sin previo aviso, llega a ti una canción que no pide permiso para volarte la cabeza. No sabes de quien es, es posible que ni conozcas el estilo (el famoso estilo), ni el idioma, pero ahí está, poniendo en tu cara esa (estúpida) sonrisa que no te puedes quitar por un buen rato.
La pieza te patea -dulce o implacablemente, pero te patea igual- y se produce uno de los mayores placeres de la vida: el disfrute en estado puro de la música.
Damas y caballeros, he aquí el efecto saoco. Maelo definía así la sabrosura de su ritmo, Celia Cruz se lo pedía a la tumbadora (y asarorí en el omelé), era lo que salía a borbotones del timbal de Orlando Marin y para hacerles el cuento corto, saoco es la alegría, el sabor y lo bueno de la música.
Así como siento el desborde de saoco de la música de Oscar D’León, me abruma el de Fela Kuti, el de Joy Division, Jean Sibelius, Burning Spear… Si te gusta, si te arrebata (en cualquiera de sus sentidos), tiene saoco. No importa el género, estilo, etiqueta o como quieras llamarlo. ¿Portishead tiene saoco? Tiene, y bastante.
Seguramente en alemán hay una palabra de 34 letras para definir lo mismo (como la infame Nahrungsmittelunverträglichkeit o indigestión por comer demasiado). Pero me parece que saoco, término nacido en África y que llegó a América de la mano de los tambores batá y los rituales yoruba, es el que cuadra como anillo al dedo y suena más sabroso.
Este espacio nace para compartir y celebrar la buena música, el buen cine, los buenos libros y todo lo que tenga saoco, porque si es bueno, tiene saoco.